Sueño con el día que me despierte y haya desaparecido
la palabra “princesa”. A simple vista parece inocente, inocua y hasta bonita.
Pero cuando le das todas las connotaciones que lleva no
puedo evitar que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo.
“Princesa” sin más, suele ser la protagonista de casi
todos los cuentos infantiles, a la cual siempre suele salvar un apuesto príncipe
a lomos de un caballo. Hasta aquí, podría permitir esa licencia con dicha palabra.
La que verdaderamente me enerva, me saca de mis
casillas es la otra lectura que tiene la palabra.
Cuando dicha palabra encierra el mensaje de que somos frágiles,
débiles, que necesitamos de ese príncipe para poder vivir, que si no tenemos
quien nos proteja, alguien que nos rescate del dragón, si no éste acabará por
comernos, cuando a veces ese dragón está más cerca de lo que pensamos.
Seguro que en algún momento todas esas “princesas” que
han muerto en manos de ese nombrado príncipe, ellas también se creyeron el
cuento, pensaron que al fin lo habían encontrado.
Pero su príncipe, ese que decía cuanto las quería fue
al final su propio verdugo.
Cuantas debieron creer que habían encontrado la ansiada
media naranja, jamás nadie les dijo que nacemos enteras, que no nos falta ninguna mitad.
Que quien se une a nuestras vidas es para
complementarlas.
Hay que reescribir los cuentos, contar historias
nuevas, donde la heroína sea la princesa, donde al príncipe no se le tenga que
presuponer la hombría, el valor.
Hay que decirles a los niños- niñas que todos somos
iguales, que todos tenemos un corazón que late, que más allá de nuestro sexo, todos
somos personas.
Pero especialmente les debemos decir a ellas, que
pueden decidir sobre su vida, que la pueden gobernar como quieran, que los
príncipes solo existen en la imaginación y en esos rancios cuentos.
Y que por encima de todo No puedes permitir que NADIE
te rompa tus alas para adueñarse de tu libertad, que
nadie tiene derecho a robarte tus sueños, a robarte tu vida.
Escrito por Mónica